Tiraya
Quiero dejar una remembranza de este sitio.
Al no traer muchas imágenes a casa en la cámara fotográfica, retrato con palabras las que aún se mantienen en mi mente antes de que se difuminen con el pasar del tiempo. Es la crónica
de un día donde el mar se convirtió en algo adictivo y placentero, tenía mucho
tiempo que no experimentaba esa sensación, mis últimas experiencias me llevan a recordar aguas frías que obligan a abandonarlas muy pronto. Ese día lamenté el paso del tiempo, la llegada del atardecer, la retirada
obligada, salir del agua.
La playa no exhibe grandes
cualidades estéticas en cuanto a lo que el paisaje actual le describe, es una pena…observo
desidia. La vía de acceso atravesando las salinas de Las Cumaraguas no demuestra un valor
especial a la vista, se resiente observar el estado de abandono circundante,
demasiado desperdicio, demasiada huella y testimonio de ese hombre que descuida
y destruye cuando intenta acercarse a este lugar de aguas cálidas.
La visita fue a dos tiempos, en el primero, un día de comienzo de semana,
no hubo conexión alguna con el paisaje que se presentaba ante mis ojos y de
quiénes me acompañaban, más allá de apreciar el mar gozoso que se regodeaba a un lado de
nuestra visual. Pensé que estaba en un pueblo fantasma.
En el segundo tiempo voy con el convencimiento que la recomendación
recibida el día anterior admite otro intento de visita. Es así que llego al
pueblo nuevamente y presto mayor atención a lo que me revela ¿o me oculta? el paisaje. Las casas que se encuentran ubicadas a cada
lado de la vía de entrada no demuestran mayor actividad más que el anuncio que
las señala como un lugar potencial que puede alquilarse para una temporada
vacacional. En una casa de color
amarillo ocre, la penumbra del pasillo de entrada sugiere algunas figuras
humanas a lo lejos que reflejan alguna actividad que supongo cotidiana. Me
llama la atención que no veo niños, no veo niños que por lo general corretean
en los patios o en las cercanías de sus hogares. Entiendo que en esta zona y
apoyándome en una información turística, esos niños ofrecerían alegres besitos
de coco y pan de horno a los visitantes. Era domingo… ¿dónde están?
Finalizando la vía de acceso que viene de la salina, viramos a la derecha
transitando un camino de tierra, sorteando en algunos tramos lagunas de agua
amarillenta que sugieren que hubo lluvia la noche anterior. Persiste el pueblo fantasma,
una casa amurallada en una esquina sugiere una bonita edificación tras esos muros, el aspecto que puede colarse a través de unas pequeñas rejas, contrasta con la estampa que caracteriza a las demás viviendas. Seguimos avanzando…
Luego de un breve recorrido empiezo a observar algunos toldos de colores a
la izquierda de mi visual, algunos vehículos les escoltan con las maletas
abiertas. Seguimos el trayecto y a lo lejos la evidencia de otros vehículos
ocupando espacios en la arena, muy cerca del mar, me permite concluir que pronto estaremos en el agua. Nos dirigimos hasta allá y
decidimos quedarnos. Nadie se acerca a ofrecer unos toldos desocupados, muy
rudimentarios, sostenidos por listones de madera con techos de latones de zinc, éstos se encontraban en la playa sobre la arena húmeda, acariciados constantemente por el mar. Perdimos el interés en ocuparlos, cuando notamos que algunos de esos vehículos que habíamos divisado con anterioridad y que se encontraban alrededor de ellos ofrecían una música
ensordecedora, enrareciendo un ambiente que debería mantener al sonido del mar y
el viento como principales protagonistas.
Improvisamos un pequeño espacio con recursos propios tratando de esquivar
lo más que se pudiera los altoparlantes indiscretos. Se logró el objetivo a
medias, aunque fue lo suficiente para ver pasar las horas frente al mar con
cierto sosiego. Lamenté haber olvidado el libro que había comenzado el día
anterior en el sitio de hospedaje, no importó mucho, ese mar me recompensó con
creces.
Tiraya es agua tibia, acogedora, te abraza con tanta calidez que el tiempo
pasa inadvertidamente, solo el gusto de sentirse acariciado por una fuerza
especial y el viento que revolotea a tu alrededor crean un clima especial tal,
que ese estar es más que un convencimiento, incluso reta al riesgo de otro
abrazo menos complaciente como es el del rey solar, que desde arriba va
colocando un manto de calor y color en la piel.
Mientras estoy sumergida en tan agradables aguas, a lo lejos observo a un vehículo viejo, de color vino tinto, con una gran maleta. Los ocupantes saltan al interior de ésta última para tomar
una lona enorme que parecía una carpa, el viento indolente ondeaba la tela
desafiando las fuerzas de aquellos que pretendían poner orden en la estructura
de ese futuro refugio. Batallaron por unos cuantos minutos, al final
desistieron y se retiraron.
Tiraya necesita cuido, amor, mantenimiento, mayor conciencia cívica ante el
plástico, el vidrio, el papel o el metal desechado en las formas más variopintas…botellas,
cajas, bolsas diversas, chapas, entre otros. De manera indolente, mezquina y hasta egoísta, los visitantes
apedrean este paisaje al no recoger sus propios desperdicios al momento de retirarse, dejando tras de sí un espectáculo desolador.
Me gustó Tiraya a pesar de todo …quiero volver y
encontrar a esos niños ausentes, llenos de besitos de coco y pan de horno. A lo mejor ese día ...jugaron a las escondidas.
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