Leticia


Sí, así se llama y lo indico en presente porque aunque perdí sus coordenadas existenciales hace bastante tiempo ya, un hecho tan doméstico como es la preparación y el disfrute de un dulce casero me llevaron hasta su recuerdo, un recuerdo vívido y de existencia. Los recuerdos son así, experiencias ya vividas, memorial de sensaciones que pueden haber dejado en nuestro interior el mejor de los escenarios, producto de una circunstancia histórica de nuestras vidas.

Leticia fue una mujer que colaboró en mi casa en las labores domésticas, entre todas esas labores destacaba en la cocina, con su sazón y sus olores. La conocí un día cualquiera cuando llegaba del colegio terminado mi turno de la mañana y el transporte escolar me dejó frente a mi casa. Sí, hubo un tiempo en este país donde los niños íbamos a escuelas y colegios de dos turnos, práctica que fue eliminada cuando llegó la masificación de la enseñanza, donde los liceos y escuelas públicas en algunos casos abrigaban dos nominaciones distintas para una misma edificación, dependiendo del turno donde se cursara.

Estudié en un colegio religioso ajeno a estos avatares de dos instituciones en una, pero sí estableció aquello del horario extendido donde gran parte de la tarde era empleada para actividades complementarias, cursar áreas de laboratorio o aquéllas llamadas de exploración, pero bueno, esta anterior digresión no pretende distraer demasiado en el sujeto central de este escrito que es Leticia y el motivo que me lleva a traerla al presente con estas líneas.

Cuando llegué del colegio tal como mencioné con anterioridad, me encontré con una mujer hermosa, una mujer de piel similar al color del papelón y de gran luminosidad cuando te veía a los ojos. Su sonrisa era una característica permanente y cuando lo hacía podía apreciarse una hilera de dientes blancos casi perfectos. Era muy delgada y estilizada, su porte era de una modelo de pasarela y su andar así lo demostraba. Peinaba su pelo áspero y oscuro, por lo general, con un moño alto que aseguraba en lo alto de su cabeza con una peineta o una cinta de color acorde a su vestimenta. No olvido un traje de color ocre de grandes lunares blancos que le definía su figura de una manera casi de modelo de revista de modas.

Y entonces, hela allí en mi casa, blandiendo el palo de una escoba cuando al llegar a casa toqué el timbre para entrar y ella con el rostro luminoso de alguien muy familiar me saludó con un “hola” que representaba el inicio de una convivencia que se mantuvo por un par de años, si mi memoria no falla, porque es así, Leticia se convirtió en alguien más de mi familia, su presencia no solo se limitaba a la ubicación coincidente de tiempo y espacio, sino que su perfume y sus habilidades culinarias dejaban huella aún sin estar alrededor nuestro. Era una mujer de gran delicadeza, de gráciles maneras, era la ayudante perfecta si es que se puede hablar de una perfección que no existe, sin embargo, en mi mundo infantil ella lo era. Era el almuerzo rico, la merienda del vaso de leche con galletas al llegar del colegio, la cena exquisita y todo con una sonrisa.

A Leticia le encantaban las telenovelas radiales, en su cartera siempre cargaba un pequeño radio de pilas que llevaba a todos lados mientras recorría la casa limpiando. Era una situación muy graciosa ver cómo se oían las voces de los actores radiales encima de los sillones, en la mesa del comedor,  en la peinadora del cuarto o en el lavamanos del baño, mientras ella se movía al compás de la escoba, el coleto o la pulidora. Si la escena que escuchaba era importante dentro de la trama, dejaba lo que estaba haciendo y afinaba el oído para escuchar la conversación de los personajes  …Rosita Vázquez y Arquímedes Rivero eran los populares de la época en estos menesteres y Radio Rumbos desde Caracas, la plataforma radial para estos programas.

¿Por qué este recuerdo súbito? No sé, es posible que las añoranzas surgen así de la nada y que un pequeño pedazo de torta, su olor y su sabor, pueden ser el detonante para tales reminiscencias. Así sucedió y agradezco a quién recibió el mensaje. En días pasados en el cafetín de mi sitio de trabajo, conversando acerca de dulces y mi poca afición a ellos, sin mayores razones comenté que mi poca afinidad hacia el azúcar era desde siempre, pero que podía tener ciertas preferencias y la torta de pan era una de ellas como recuerdo infantil. El strudel de manzana es otra debilidad, pero tiene otro origen y no es el motivo de este escrito, so pena de caer en una nueva digresión.

Lo cierto es que esa mención a la torta de pan me llevó a la perfección de Leticia y su recuerdo, porque antes de finalizar sus oficios en casa y dejarnos la cena lista (ella iba y venía todos los días), en ocasiones, todo el espacio del hogar quedaba impregnado con el olor que expedía el horno, mientras se cocinaba tan delicioso manjar en nuestra cocina y eso no lo olvido. Mi querencia a la torta de pan se la debo a esta hermosa mujer que así como llegó un día cualquiera, también desapareció de la misma forma de mi vida y de la vida de mi familia. La extrañé, la extrañamos con un amor gigante. Un hermano de ella que nos ayudaba igualmente en casa, creo recordar que nos informó que se había enamorado y que ese enamoramiento no le permitía trabajar. Nada que hacer, lo bueno es así, dura poco para poder apreciarlo en toda su dimensión cuando falta.

Leticia en ese momento era precisamente toda una dimensión en nuestras vidas y como un ser muy querido la extrañamos, porque no guardo de ella situaciones de conflicto ni mucho menos de un mal entendido con mi madre  …salvo su ausencia, una ausencia que nos costó mucho conjurar ya que sus sucesoras no eran ni su sombra.

Leticia volvió, sí volvió. Un día cualquiera tocó a nuestra puerta, yo ya no estaba en casa para abrirle, era mi época de estudiante universitaria fuera de mi casa, de mi ciudad. Mi madre esperó el fin de semana para darme la sorpresa. Llegar a casa y verla fue todo un sentimiento de alegría con satisfacción por el encuentro con alguien querido que no se veía desde hace muchísimo tiempo. La misma Leticia,  ya no con su moño acostumbrado, el pelo más libre y con una figura no tan estilizada como le conocía. La maternidad trae esas consecuencias y el ser que le acompañaba lo ratificaba,  una pequeña niña muy perspicaz y de gran sonrisa llamada “La Guci”  …su hija.

Ahora Leticia, no iba y venía como antes,  le dimos cobijo en nuestra casa para que ella y su hija se quedaran mientras superaba un problema muy personal. No recuerdo haber preguntado mucho sobre el particular, pero supuse un mal de amores que desembocó en maltrato doméstico. Todo muy de lugar común en estos casos y que no deseo  explayarme en ello, solo quiero destacar que me reencontré con ella y que por un nuevo lapso de tiempo, más breve que el otro, ya que decidió retirarse buscando otras alternativas que le permitieran manejar un mejor futuro con su hija, tengo otro espacio en mi memoria para recordar. 

Eso sí, nunca fue lo mismo, yo no vivía en casa como cuando estaba en el colegio y ella ya tenía otra atención adicional que le llenaba sus espacios más personales  …esa hermosa niña. Repaso las líneas hasta ahora escritas y no puede dejar de asombrarme como esa torta de pan, ese pedacito de torta de pan que me fue servido par de días atrás en el cafetín de mi sitio de trabajo, pudo traerme tan buenos recuerdos. Agradecida a la ejecutora de ese olor y sabor, ella también ya forma parte de mi memoria sensorial.

Leticia …un recuerdo con un cariño inmenso …parafraseando al poeta  …¡salud! por los buenos tiempos y espero que estés de lo mejor. Estas líneas son por ti y para ti, como un homenaje a todas esas mujeres que estando en casa, llevando a cabo responsabilidades domésticas a cambio de una paga, en algunos casos pueden dejar sentidos recuerdos indelebles en nuestra memoria y en nuestro corazón.




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